Escribo tonterías, ya lo sé, que cualquier broza u hojarasca es buena para aguantar el frío de la espera, para avivar el fuego de la historia que te quiero contar antes de reingresar en la mazmorra del sentido común, antes de que mis lágrimas se enfríen y el guardián me susurre: «No era para tanto, al fin y al cabo no era para tanto, ya has hecho suficientes cabriolas, no te ha pasado nada, vuelve en ti», no, no me da la gana todavía de tomar esa pócima, me resisto a ponerme en manos de la doctora Jekyll, que me devuelve a un mundo de miserias reales a cuyo cargo estoy, me rebelo contra la idea de ser tratada y apaciguada por la doctora Jekyll León, que me transmuta en ella, quiero escapar, Sofía, deformada en espejos grotescos, te llamo, soy Mariana, quiero llorar contigo a rienda suelta una pena de amor tal vez irrelevante, pero que arrastra muchas anteriores, lágrimas y suspiros abortados desde los años de universidad, cuando me planteé que había que elegir entre atender a los sentimientos ajenos o dar coba a los propios y supe que si no era capaz de arreglármelas sola y sin pedir auxilio, de poco auxilio iba a servirle a nadie, fue una decisión indolora entonces y que incluso me embellecía, sonrisa distante de Ninotchka, de Lauren Bacall, refrena tus instintos.