En último término, es innegable que el trabajo permite acceder a una serie de placeres vitales, si no siempre en el proceso de producción, sí en forma de interacción social, compensaciones económicas, sentimiento de prestigio, u oportunidad de tener una existencia pública. La pregunta que planteo, sin embargo, es: ¿por qué tiene nuestro derecho a esas cosas que depender de la sumisión al trabajo, una actividad a menudo de explotación y medioambientalmente perjudicial, por no hablar de su escasez? ¿Por qué no podemos empezar un debate político para buscar otros modos de satisfacer las necesidades de ingresos, derechos y sensación de pertenencia? A cualquiera que sugiera que no hay alternativa a la sociedad centrada en el trabajo, yo le respondería que es una sociedad profundamente triste aquella que no puede concebir un futuro en el que el sentimiento de solidaridad y de propósito sociales sólo se alcance mediante relaciones mercantilizadas