El alcalde de Casterbridge (1886), una de las novelas de madurez de Thomas Hardy y junto con Jude el oscuro (1895), una de las que cimentan su histórica fama de novelista trágico, se abre con una escena sencillamente brutal: en una feria de ganado, un hombre borrachón vende en pública subasta por cinco guineas a su mujer y a su hija —un bebé de meses— a un marinero. Al día siguiente, resacoso y avergonzado, jura ante Dios que no volverá a beber. Dieciocho años más tarde, se ha convertido en un próspero comerciante agrícola y en una figura respetada de la comunidad de Casterbridge —el nombre de Dorchester en Wessex—, cuyo consistorio preside; y una mujer y una muchacha se presentan ante él como la esposa y la hija que vendió. Pero «el Destino es carácter, como dijo Novalis», y ese hombre grandiosamente contradictorio, que ahora las acoge dispuesto a reparar su falta, sigue siendo el mismo hombre capaz de cometer las mayores bajezas guiado por un simple impulso, un hombre que siente «la necesidad perentoria. de enfrentarse cotidianamente a la humanidad». Una historia de valores y sentimientos elementales —poder y traición, amor y dolor, generosidad y celos—escrita con un sentido profano, existencial, de la tragedia, e inscrita con elegancia en la tradición de la cultura universal.