Hace trescientos años, el ejército de Dios cayó sobre una humanidad desprevenida, enzarzada en una guerra absurda que amenazaba con destruir la galaxia, y puso fin al conflicto. Y a muchas otras cosas. Dios lleva todo ese tiempo gobernando, dando forma a una nueva humanidad más conformista, más adecuada a sus planes. El Imperio que ha construido parece condenado a ser eterno.
Pero no todos están de acuerdo con esa situación. En un planeta aislado y desconocido que un día fue la cuna de la humanidad, Tinúviel y Jormungand esperan y planean. Y, mientras aguardan para construir un nuevo futuro, exploran el pasado que los ha llevado a ser lo que son.
Recuerdan Tierra de Nadie, el viejo planeta prisión en el que varias especies inteligentes se las apañaron para convivir en armonía antes de que la celosa y mezquina Confederación de Drímar decidiese que su existencia no podía ser permitida.
Recuerdan a la orden religiosa de los soytos, empeñados en construirse un dios a su medida.
Recuerdan a Hamuel, que investigó la vida del primer robot consciente de sí mismo y borró las huellas de su paso por el universo.
Recuerdan el Cielo antes de que fuera el Cielo, cuando no era más que una estación espacial conocida como la Peonza donde la Confederación de Drímar y el Mandato Sáver jugaban misteriosos juegos de poder e influencia.
Recuerdan todo eso y mucho más. Se recuerdan a sí mismos. Saben bien de dónde vienen y con esa información esperan dar forma al incierto futuro al que se encaminan. Por el camino, encontrarán nuevos aliados.
Y quién sabe si algo más.