Tanto el chico como la chica habían conocido la pérdida, y su dolor no los abandonaba. A veces él la encontraba de pie junto a una ventana, jugando con los dedos con los rayos de luz que se colaban por el cristal, o sentada frente a los escalones delanteros del orfanato, mirando el tocón del roble que había junto al camino. Entonces acudía a ella, la abrazaba y la conducía hasta las orillas del estanque de Trivka, donde los insectos zumbaban y la hierba crecía alta y dulce, donde podrían olvidar las viejas heridas