quería que naciera este conjunto de ocho hinoki y una fascinante alfombra de musgo plateado, que se hiciera realidad ese jardín encantador del mundo, que lo describieran, que apareciera precisamente como el número cien, después del noventa y nueve, en el libro ilustrado titulado Cien hermosos jardines, que este hecho despertara un anhelo eterno en el nieto del príncipe Genji, que lo buscara sin descanso y que, por último, quizá lo encontrara siguiendo una indicación acertada, o no, que no lo encontrara jamás, por causa de un único instante, de un único minuto tal vez, todo para que un buen día, hoy, ahora, a última hora de la mañana, pasara de largo, todavía mareado por el estado de debilidad que lo había afectado, para que se dirigiera, apoyándose en el muro, hacia un santuario más tranquilo y, por tanto, lo perdiera para siempre, todo solamente para eso, desde las primeras esporas hasta que cayeron desde lo alto entre los cipreses de hinoki que precisamente empezaban a verdear