Había tenido un hijo y ya era un hombre. Había tenido un amor y se había ido. Había llorado y se había secado las lágrimas con las manos, con pañuelos, con las mangas de muchos vestidos. Pero nunca había tenido una casa con ventanas elegidas por el paisaje que enmarcan, hecha a medida, o sea pequeña, y plantada en la tierra como si fueran a salirle raíces.