Las huellas de lo que fuimos habla de mujeres de otra época. Algunas viven todavía, y viven en el mismo pueblo en que nacieron sin haberse ido nunca. Sufrieron sin conocer toda su pena, por eso tal vez sobrevivieron. Pocas de ellas se lanzaron al abismo de la propia decisión.
Mujeres aferradas al augurio de los hombres que las encontraron. Que, por destino o desatino de los rumbos que la historia familiar las llevó a tomar, debieron hacerse cargo de los problemas de los otros, dejarse a un lado, olvidar los sueños, reprimir el gozo.
Mujeres con infancia rezagada y con la inocencia extendida hasta los bordes. Seres que fueron aprendiendo que sus penas no eran tan grandes y que no debían ser tan profundas. Como la piedra, dejaron que el tiempo esculpiera sus torsos y que el dolor resbalara, como el deshielo por las pendientes de los cerros.