–La voy a asesinar –me dice cuando estamos solas.
–Por favor, no lo hagas –le suplico–. Su cadáver sería otra cosa más que tenemos que cargar hasta el porche. Parece liviana, pero también parecía liviana la caja de zapatos que acabo de bajar.
–Claro. Bien pensado. Esperaremos hasta que esté afuera. Tú la haces tropezar, y yo la empujo a la calle.
–¿Quién nos cocinará?
–Maldición, Zorie. ¡Estoy intentando planear un asesinato!
–No creo que puedas matarla. Tiene demasiada energía. No es normal.
–Imagínate crecer con ella –replica–. Es un milagro que yo no haya terminado en la cárcel.