Hoy, en un tiempo y un lugar en los que los novelistas posan en las páginas de sociedad de los dominicales de los periódicos y compiten en brillantez, miramos hacia atrás, y nos decimos que la gran narrativa del XIX fue la escuela formativa de la sensibilidad burguesa; sin embargo, sus contemporáneos no la vieron así. Los novelistas sufrieron marginación, agresiones, desprecio, procesos. Sin duda, merodeaban como lo hacemos hoy, cuando no pocas veces tenemos la sensación de que hemos secuestrado las palabras de la tribu y las roemos en la solitaria humedad de nuestra madriguera, en una vuelta del individuo a sus pulsiones previas al pacto social: reencuentro con la fisiología, con un yo que muerde en el hueso de sí mismo: que busca su legitimidad de artista reclamando como intransferibles sus experiencias del placer y del