—Esta noche no quiero estar sola, Salvo. Es lo último que quiero.
Falconi se humedeció los labios. Kira notó el cambio en su actitud: estaba relajando los hombros y el pecho.
—Yo tampoco —confesó en voz baja. Kira volvió a temblar.
—Pues cállate y bésame.
Sintió un hormigueo en la espalda cuando el brazo de Falconi le ciñó la cintura y la atrajo hacia sí. Y entonces la besó, sujetándole la nuca con la otra mano; durante un rato, Kira solo fue consciente de aquella avalancha de sensaciones intensas y abrumadoras. El roce de la piel, las manos, los brazos, los labios y las lenguas