La gran tragedia de las guerras civiles, las hambrunas y otros desastres de las regiones más pobres del mundo, piensa, es que los escombros rara vez divulgan la pena secreta que contienen. No se dispone de tecnología o análisis forenses para determinar científicamente lo sucedido, y los muertos rara vez se identifican o se exhuman. Con frecuencia no se sabe cuántas víctimas han perecido en una avalancha de barro o un tsunami. Uno nunca se entera de las últimas palabras que salen de sus labios, o de qué fue lo que finalmente causó su muerte: ¿la caída de una viga, un corazón enfermo o la esquirla de un cristal destrozado por las balas? ¿O quizá el agotamiento puro y simple provocado por vivir en circunstancias tan horribles un día tras otro?