Entre los rotos

La primera guerra a veces es la casa. La primera patria perdida, la familia.

La decepción tampoco se puede calcular. Qué bueno. Pesa demasiado. Acaso lo único mesurable sean sus consecuencias. Lágrimas. Días sin salir de la cama.

Hablar: enviar un mensaje. El silencio también es un mensaje. No hablar es hablar.

El silencio es un vacío, pero pesa. Es la neblina que cubre el mundo. Empaña la vista. Ahoga. Es un cansancio compartido y transmisible. La falsa calma que precede a la masacre.

Preocupación: las cosas que me preocupan me lastiman aun antes de suceder.

Se aprende a vivir con la culpa.

La primera guerra a veces es la casa. La primera patria perdida, la familia.

No te preocupes por eso ahorita.
Preocupación: las cosas que me preocupan me lastiman aun antes de suceder.

Es importante tener un cómplice. No es indispensable, pero parece buena idea contar con alguien que también provenga de aquel lugar. Ojos que conocieron la misma guerra, que perdieron la misma patria.

Me pregunto si la abuela habrá logrado entrar al cielo, como siempre quiso; si la habrá recibido el abuelo, con una florecita en la solapa. No sé si en aquel paraíso imaginario los habitantes ostenten la mejor versión de sí mismos, y cuál sería ésta en el caso de mis abuelos.