—Tal vez las vidas de otras personas sean una especie de refugio —sugirió Dulcie—, donde una pueda disfrutar de su calidez.
—Pero no siempre son cálidas —dijo la señorita Foy.
—No, y entonces una acaba observando, impasible, su horror o sus penalidades, y eso de por sí es horripilante.