Olivia Teroba nos presenta en Pequeñas Manifestaciones de Luz emotivos relatos en los cuales los protagonistas vislumbran una salida luminosa a situaciones de algún tipo de pérdida, sea de algún ser querido, una persona desconocida o nuestra condición emocional. En particular, me parecieron excelentes Un bosque poblado de estrellas, Agorafobia y Los 72 nombres de Dios. En el primero, las protagonistas son dos hermanitas quienes hacen un recorrido por su nueva estancia, perfecta para sus padres quienes buscaban un lugar perfecto de residencia y nunca imaginaron lo que las pequeñas encontrarían. Agorafobia tiene una relación estrecha con el encierro reciente de la sociedad, a mi parecer, es una narración de una posible sociedad distópica o quizás ésta está presente únicamente en la imaginación de la protagonista. En Los 72 nombres de Dios, el protagonista masculino se refugia en un café en el cual transcurren ciertos hechos que lo hacen meditar acerca de su vida personal la cual está a punto de dar un giro definitivo. Recomiendo ampliamente Pequeñas Manifestaciones de Luz a todos aquellos quienes aman las historias sensibles cuyos protagonistas tienen un brillo propio sin importar lo difícil que puedan ser las circunstancias que enfrentan.
La ventaja que hay de que algunas escritoras hagan una antología es que si alguno de los cuentos se quedó escaso o parecía no llevar a ningún lado había otros que sí podían cumplir expectativas y este compendio no fue la excepción. Me gustó que Teroba en algunos de estos relatos expresara descripciones que le añadían más forma al entorno en el que se hallaban las protagonistas y sus demás personajes. Trató de hacer al elenco partícipe de los cuentos lo más desarrollados posible y eso se agradece. Un detalle lindo fue que a varias narraciones les proporcionó un halo de esperanza, es decir, si su presente se estaba hundiendo por rachas difíciles, su situación podía mejorar porque lo que les aconteció tampoco fue algo irreparable.
Recomiendo mucho:
•Todo empieza con una línea.
•Agorafobia.
•Un espacio para el significado.
Los que se quedaron a medias:
•Un bosque poblado de estrellas.
•Los 72 nombres de Dios.
"Miraba la carretera a través de los lentes rosas que traía puestos y suavizaban los rayos de sol. Imaginé un atardecer naranja que disolvía todo. Intenté imaginar el dolor, pero no pude. Pensé en el humo de la bomba, en el humo en los pulmones de mi abuela, en las formas que tiene la vida de desaparecer."
Esa destreza para visualizar lo efímero, la vasta soledad y tristeza de una vida... y, aun así, capturar los pequeños momentos que la alumbran. Eso es Pequeñas manifestaciones de luz, una colección de 8 cuentos de corte costumbrista de la tlaxcalteca Olivia Teroba. Una madre ecologista y activista que encuentra un destino terrible, un par de niñas que a escondidas se escapan al río y descubren la muerte, una mujer con agorafobia, y mi favorito, 'El fin del mundo y el inicio', que narra la historia de una chica que se va hasta Ushuaia, en Argentina, a buscar a su padre desaparecido hace largo tiempo.
Pero, como en todos los buenos cuentos, lo más potente es lo que no se cuenta, y el final cerrado se reemplaza por uno entredicho. Sin embargo, siento que a los finales de estos cuentos les sigue faltando fuerza. Carecen de una resonancia, y en ocasiones se siente que la historia subterránea -el nudo emocional de los protagonistas-, no se resuelve. Quedarse parada en el filo del barranco, antes del salto: así se sienten los finales.
Quizá ese sea el propósito. En estos cuentos no hay una panacea o un final definitivo, sino la batalla diaria por ser nosotros mismos, por superar las adversidades y hallar comunidad.
Aparte, me gustaría destacar que la sencilleza del lenguaje de Teroba agiliza el ritmo de lectura, sin cejar en momentos de lúcida ambientación como estos:
"Por más que apresura el paso, la oscuridad le va pisando los talones, hasta que la cubre por completo. Debió salir antes: la verdad, todo el día estuvo evadiendo este recorrido."
Fácil de leer, incurre en la violencia que vivimos a diario sin llegar a exagerar, y no suelta esta sensibilidad y sabiduría nunca. Resalto su don para narrar lo doméstico, para incursionar en la mente de las mujeres sin pudor, pero sin faltar al respeto.
"Tiene la teoría, inverosímil, de que el mundo se tornó en escala de grises la noche que abrió los ojos dormido. Me dice que estaba soñando muy profundo y que sonó afuera un ruido de cohete: “Era día santo, un día dedicado a un patrón; acaso el santo en venganza, por no adorarlo, por dormir cuando todos lo alababan, me dejó con la vista a medias. Cuando me desperté el color del mundo se había ido”. Su teoría es estúpida, ridícula, ilógica. Los santos nunca hacen maldades."
Estuve en un bosque y algo de brisa se sintió.