—No será ese el terreno en el que está usted interesado, ¿verdad?
—No puedo hablar de ello —le contesté—. Si se corriera la voz, tendría que buscarme un nuevo empleo.
—Entendido, entendido. —Se bebió la mitad de la Coca-Cola y ahogó un eructo con el dorso de la mano—. Pero espero que lo sea. Deberían pavimentar esa maldita ciénaga. Allí no hay más que agua fétida y mosquitos. Le haría un favor a esta ciudad. La endulzaría un poco.
—¿Encontraron a más críos allí? —pregunté. Un asesino en serie de niños explicaría en gran medida la sombría sensación que había percibido desde el mismo momento en que crucé los límites de la ciudad.
—No que yo sepa, pero la gente dice que allí es donde iban algunos de los desaparecidos, porque es donde están todas las estaciones de bombeo de aguas residuales. He escuchado a la gente decir que hay tantas alcantarillas bajo Derry (la mayoría construidas en la Gran Depresión) que nadie conoce la localización de todas ellas. Y ya sabe cómo son los críos.
—Aventureros.
Asintió enérgicamente.
—Como dicen en la radio, «con plumas Eversharp siempre acertarás». Hay gente que dice que fue un vagabundo que desde entonces ha seguido su camino. Otros dicen que fue un lugareño que se disfrazaba de payaso para evitar que lo reconocieran. A la primera de las víctimas (esto ocurrió el año pasado, antes de que yo viniera) la encontraron en la intersección de Witcham y Jackson; le habían arrancado el brazo limpiamente. Denbrough se llamaba, George Denbrough. Pobre chiquillo. —Me dirigió una mirada elocuente—. Y lo encontraron justo al lado de una boca de tormenta. De las que vierten en los Barrens.
—Jesús.
—Sí.
—He notado que habla en pasado.
Me disponía a explicarle a qué me refería, pero este tipo, por lo visto, había estado tan atento en las clases de lengua como en la escuela de hostelería.
—Parece que han cesado, toquemos madera. —Golpeó con los nudillos en la barra—. Tal vez quienquiera que lo hiciera empaquetó sus cosas y siguió su camino. O a lo mejor el hijo de puta se suicidó, a veces pasa. Eso estaría bien. De todas formas, no fue ningún maníaco homicida vestido de payaso el que mató al pequeño de los Corcoran. El payaso que cometió ese asesinato fue el propio padre del chico, ¿puede creerlo?
Aquello se acercaba demasiado a la razón que me había llevado hasta allí como para pensar que se trataba de una coincidencia. Di un prudente sorbo a mi cerveza.