—Martina.
Esto del nombre me mosquea, ¿sabes? Es como una especie de conjuro: miras a alguien y sólo dices cómo se llama. Es fuerte, pero debería usarse muy pocas veces. Malgastan las frases, malgastan la música, es que lo pierden todo. Recojo mi nombre del suelo, y de paso el de mi padre, que también se le ha caído, y se lo doy:
—Juan.