Sus manos seguían siendo manos, contaban las cuentas del rosario, cada dedo era tan sensible como siempre; su cuerpo era el mismo, sentía los dolores habituales en el hombro izquierdo y una especie de calambre en la base de la espalda, también del lado izquierdo; tenía la boca agradablemente fresca, los ojos un poco cansados; era su cuerpo, tal como lo conocía y como lo sentía por dentro cada día. La idea de que su cuerpo fuera a desintegrarse sencillamente no se le pasaba por la cabeza.