Si rehúyo con ello lo que «soy», es que tengo mala fe, dice Sartre: al buscar la tranquilidad o el apaciguamiento, busco, en efecto, ser lo que no soy. Tengo igualmente mala fe al buscar ocultármelo a mí mismo, o a otro. Pero esta condición de mala fe es el destino de la finitud humana: su contrario, que sería la autenticidad, no es realmente posible, o no puede ser más que un proyecto, si es verdad que lo propio del ser para-sí es jamás coincidir con su ser, con aquello que es. Dicho de otro modo, y Sartre ha reconocido sutilmente esta consecuencia, la sinceridad no es en sí más que una forma de mala fe en relación con lo que yo soy: «¿Qué es, entonces, la sinceridad, sino precisamente un fenómeno de mala fe?».[645] La sinceridad aspira, en efecto, a una coincidencia de sí mismo consigo mismo, que tendería a constituirme como cosa, como «ser en sí», que no soy ni puedo ser.