La inocencia, la pureza y la alegría de los protagonistas perrunos aportan una nota de esperanza y diversión a una vida que, si nos paramos a pensarlo, fue esencialmente dura: la de una mujer sola acechada por las convenciones sociales. A diferencia de Flush, los perros de esta autobiografía no son humanizados, no son contaminados por los prejuicios de los humanos. Los perros no juzgan a las personas por su sexo, su raza, su vestimenta, sus rasgos físicos, su clase social, su nacionalidad o su poder adquisitivo. Ni siquiera se ven condicionados por el lenguaje, los rencores heredados o la vorágine social. Su mirada limpia nos evalúa solo respecto a la bondad o la maldad que huelen en nosotros. Los perros debieron ser un áncora para Elizabeth von Arnim en muchas ocasiones, su fe en la vida