Profana el eterno dilema shakesperiano del ser o del no ser, hace de la fantasía realidad que la burla con coqueteos estridentes de su andamiaje narrativo, en los cuales la fantasía ya no es fantasía, sino la vida ensimismada de quehaceres impugnados, abismos caracterológicos, resignaciones adoloridas de tanto padecerse. Es Eva contra Eva la mujer que nunca acaba de hacerse cognoscible y busca una satisfacción donde no caben las alegorías, sino dogmas impuestos, el lúgubre latigazo de la incomprensión, la mordaza escéptica que Eva ˗generadora del pecado original˗, aún busca desprender definitivamente de su género humano.