El problema de ser demasiado bueno

Sin embargo, cumplir con el deber no le hace a uno bondadoso. Solo lo hace obediente. Para que exista bondad hay que actuar haciendo el bien, aunque sea a costa de desobedecer. Y el bien no es solo para uno mismo, sino siempre para un bien mayor. Por cumplir con el deber se han realizado atrocidades y se justifican aún guerras y fundamentalismos de todo tipo.

Ya no «somos», sino que nos convertimos en lo que se espera que seamos

La bondad aparece cuando se hace el bien. No a la inversa. Uno descubre la bondad haciendo el bien. Porque uno se puede considerar una persona bondadosa pero en cambio no hacer bien alguno.

Este es un punto importante respecto al carácter: decidir los valores y principios que orientan la conducta de las persona. Ahora bien, decidirlos no es suficiente. Hay que practicarlos. Yo puedo decidir ser una persona generosa, y en cambio mis amistades no me han visto hacer ni un solo gesto generoso.

Para evitarlo, es necesario sostenerse a través de un intento continuado por mantener la coherencia personal. Y eso implica tres cosas de las que ya hemos hablado:
1. Mantener el eje a través de la brújula interior.
2. Actuar con autenticidad, es decir, pensar, decir, sentir y obrar de forma decidida e íntegra
3. Actualizarse, comprender que en cada situación que vivimos se nos da la oportunidad de renovar todo lo que ya es pasado, lo que antes pensábamos, lo que antes sentíamos y lo que antes hacíamos.

Las personas más bondadosas que he conocido, sin caer en la mala bondad, tienen algo en común respecto al carácter: la mayoría son dóciles y firmes a la vez. Son suaves en las formas y claras sobre el fondo de la cuestión. Te dejan ser sin dejar de ser ellas mismas. Tiene una capacidad inagotable de acogimiento, del mismo modo que saben cuándo ya es suficiente. Viven en el corazón y en el discernimiento. No idolatran, no dogmatizan, ni adoctrinan y permiten que cada uno tome su tiempo para hacer su camino.

Del mismo modo que a nuestros amados buenistas les falta carácter, también les falta ser más justos consigo mismos. Tan dados que son con los demás, el camino no es de vuelta. La mala bondad consiste en tratarse peor que a los demás y eso no es justo. Nuestra tarea es lograr una mirada fija, justa y amorosa dirigida hacia nuestra propia condición y realidad. Y esa tarea que se realiza empezando por tratarnos bien, hablarnos bien y hacernos bien, empieza por saber dirigir nuestra atención, tema que trataremos en breve para cerrar el libro.

Hay ciertas cosas que dependen de nosotros y otras que no. De nosotros depende la opinión, las inclinaciones, el deseo, la aversión y, en definitiva, todo lo que son nuestros propios actos. No dependen de nosotros el cuerpo, las riquezas, la reputación, los cargos y, en definitiva, todo lo que no son nuestros propios actos.

Sin duda sobrevaloramos lo que importamos a los demás. ¿Tiene sentido que te pases una noche sin dormir por un comentario que hizo alguien que probablemente estará durmiendo a pierna suelta sin acordarse de lo que te dijo? Toma conciencia de cómo te relacionas, no con los demás, sino con el grado de importancia que les otorgas. Algunas preguntas te pueden ayudar:
¿Para qué son tan importantes los demás en tu vida?
¿Por qué dependes tanto de lo que puedan pensar o decir sobre ti?
¿Hasta qué punto necesitas de los demás para hacer cosas?
¿Para qué lo quieres saber todo de los demás?
¿Cómo te sientes cuando no te tienen en cuenta?

Incluso podríamos añadir la sospechosa idea de que ocuparse demasiado de los demás se convierte en el mayor de los síntomas de nuestra falta de sentido de la vida. ¿Acaso no tenemos nada más que hacer que estar pendientes de los demás?