Loreta estaba separada del marido, una separación traumática que la llevó a jurar que nunca más se fijaría en ningún hombre, porque todos eran unos estúpidos, traidores y egoístas. No salía de casa, a no ser para llevar a su hija a fiestas infantiles a las que acudieran pocos hombres, tipos bonachones y aburridos que bebían pacientemente sus cervezas mientras las esposas se cuidaban de los chiquillos. Pero Loreta sabía que cuando volvieran a casa con sus mujeres iban a actuar con la misma brutalidad y falta de consideración que su marido. Las esposas, para ellos, no eran más que sirvientas sin derechos laborales