Una sombra inmóvil proyectada sobre un muro en mitad de un bosque. Eso es lo que muestran las extrañas películas anónimas que han llegado al correo del profesor MartínTorres. La remitente, la joven artista Anna Morelli, las ha encontrado por azar en un anticuario de New Jersey y pretende utilizarlas para su nuevo proyecto artístico en el Clark Art Institute de Williamstown, institución de la que Martín fue becario hace más de diez años. Lo que Anna le propone no puede ser más atractivo: volver un semestre al Clark para escribir sobre las películas y dotar de historia a unas imágenes sobre las que nada se puede saber. Martín, que acaba de echar por la borda su carrera académica y cuya vida personal, tras su divorcio de Lara, va rumbo a peor, acepta la invitación sin pensarlo demasiado. Sin embargo, no va a ser tan fácil escapar del presente. En Williamstown, su investigación acerca de las películas y su tortuosa relación con la artista comienzan poco a poco a cruzarse con su pasado. Y el recuerdo de los sueños iniciados en ese lugar, la promesa de felicidad de aquellos años, su relación con Sophie, su matrimonio con Lara, el amor más allá de lo convencional… regresan como fogonazos de un tiempo que creía desaparecido. Escrita a la manera de una larga confesión o, más bien, de una emotiva carta de amor, El instante de peligro es una bella novela sobre la memoria de las imágenes y el recuerdo de los momentos vividos. Una obra salpicada de atinadas reflexiones sobre el tiempo, el arte y la fotografía, pero también una exploración de las pasiones del alma, el sexo extraño, las relaciones abiertas y la fluctuación de las emociones. Una narración bajo la que no cesan de resonar las tesis sobre la historia de Walter Benjamin, en especial aquella que sugiere que «articular históricamente el pasado no significa conocerlo “como verdaderamente ha sido”; significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro». Esta segunda novela supone la confirmación definitiva como narrador de Miguel Ángel Hernández, cuyo debut, Intento de escapada –traducido a cuatro idiomas–, entusiasmó a la crítica: