Toleró que sus alumnos tuvieran cada vez más faltas de ortografía y menos conocimientos, porque enseñarles era su vocación y podía rebajar el nivel de exigencia para no frustrarlos ni frustrarse; sin embargo, llegó un momento en que la rebaja le pareció excesiva:
— El profesorado de primaria me merece el mayor respeto porque sienta las bases de todo, pero si yo hubiese querido hacer su trabajo habría opositado para ello. Soy una profesora de instituto dando clases de colegio. Aunque eso no es lo peor.