Selb vive en Mannheim. Tiene un pasado como fiscal nazi, un presente como detective privado y no sabe si, a sus casi setenta años, tiene un futuro. Fuma. Tiene novia, tres amigos y un gato. Juega al ajedrez. Pero no soluciona sus casos como los problemas del ajedrez. Se involucra en ellos… Un hombre contrata a Selb para que busque a su hija. Durante sus investigaciones tropieza con un depósito de gases tóxicos de la Segunda Guerra Mundial, ahora utilizado por los americanos para almacenar sus propios gases de combate. Un atentado contra el depósito le proporciona una pista para solucionar el caso. Selb encuentra a la joven, pero también averigua que quien la busca no es su padre.