La unidad del cuerpo se mantiene en el nivel biológico y profundo; la escisión antes descrita afecta a nuestro yo consciente, destruyendo el sentimiento de ser todo de una pieza, de estar integrado, de ser una totalidad. En semejante situación, la conciencia del sí mismo queda confinada en la cabeza, la sede del yo. El yo que reside en el cerebro posee todavía un corazón y unos genitales, pero no se identifica con ellos porque, cuando uno vive en la cabeza, el cuerpo es visto como un instrumento del yo. En este estado de cosas, la actividad sexual se convierte en una actuación destinada a demostrar habilidad masculina o femenina. No se experimenta como una expresión de amor.