El tiempo perdido

Pero, sobre todo, han visto cuestionado su ser incuestionable. Pues todo poder está acompañado siempre de la creencia de merecer ese poder y tener derecho a ejercerlo. El poder no es dominación desnuda: es construcción de legitimidad, la que otorgan los que lo reciben y la que reclaman los que lo ejercen. Es por eso que, cuando esta soberanía se siente disputada, el sujeto privilegiado se siente víctima de un terrible agravio. Se le está cuestionando algo a lo que él tiene derecho. Se siente aureolado con el brillo dorado de la legitimidad como algo que le pertenece a él y a nadie más. La mayor víctima no es quien ha sufrido violencia y ahora se rebela, sino él mismo.

Parece que tenemos al alcance de nuestras manos un repertorio de experiencias como nunca antes en la historia de la humanidad. El mundo es nuestro.

La reacción política que comenzó ya con el auge del capitalismo se refugia hoy en los espacios virtuales, desde donde se trata de producir nuevas formas de comunidad.

Pensaremos el pasado desde lo perdido, y no viceversa. No es que hayamos perdido un pasado que una vez tuvimos y que por ello nos sintamos vacíos, sino que, como se argumentará, es más bien al contrario: nuestra existencia como seres humanos consiste constitutivamente en estar siempre perdidos, estar siempre en camino, siempre en una cierta falta, un cierto vacío; y por ello tenemos la tendencia permanente a mirar atrás y adelante en busca de certezas, que sin embargo nunca podrán devolvernos del todo a un ansiado estado de plenitud originaria, porque nunca lo tuvimos.

. El punto de partida es reconocer que no sabemos dónde estamos ni a dónde vamos. Este punto de partida ya es algo, ya emite un timidísimo, sumamente débil, apenas perceptible, haz de luz; timidísima, sumamente débil, apenas perceptible, pero luz al fin y al cabo. Lo fiaremos todo a esa tenue luz, a ver si acaso, tras recorrer el camino, podemos reencontrar algo así como una gracia perdida. ¿Cómo nos orientaremos en este laberinto?