La mayoría de las veces ni siquiera es necesario inventar- las, suceden en la práctica, naturalmente. Miradas, chiflidos, sobrenombres, ruidos, gritos... cualquier cosa es digna de convertirse en el lenguaje de los niños, ese que, aunque no es incomprensible, suena a lengua distante. Su belleza radica en que no ha sido aprendido en la escuela, es una primera aplicación orgánica de la necesidad de relacionarse con los otros, esa inevitable necesidad de ser escuchado, de hacer que ese lugar único de un cuerpo sobre el piso resuene unos metros más allá, para tocar con ondas invisibles a ese otro que también lucha contra las fuerzas gravitatorias.