Hace unos 5 500 años surgieron en los valles del Éufrates y del Tigris las primeras ciudades de las que tenemos noticias, unas trece, entre ellas Ur y Uruk, conocidas colectivamente con el nombre de Sumer. Con ellas dio inicio una nueva forma de organización social y política. Durante los aproximadamente ocho mil años anteriores se había ido produciendo la gradual domesticación de animales y plantas, el asentamiento en poblados más o menos permanentes de los cazadores-recolectores y el desarrollo tecnológico que permitiría el control de los recursos hídricos y de otras formas intensivas de irrigación. Paralelamente al proceso de sedentarización va surgiendo el estado y, en consecuencia, aparece una burocracia administrativa estable y una casta sacerdotal profesional, que sustituirán a las antiguas estructuras sociales basadas en el parentesco. Al mismo tiempo, se inventa la escritura, primero pictográfica y más tarde cuneiforme, y, cómo no, se crean los primeros jardines. Este proceso tuvo lugar de forma independiente en seis diferentes zonas del planeta: Mesopotamia, el valle del Nilo, el valle del Indo, el valle del río Amarillo, en el área andina del Perú y en Mesoamérica (civilización olmeca) con una diferencia de cientos y a veces de miles de años. Por más que tuvieran orígenes independientes, los seis estados arcaicos o prístinos resolvieron el problema de la adaptación al medio con unas estrategias relativamente parecidas, que condujeron a estructuras sociopolíticas similares.