Pero ¿que yo recuerde tu ofensa, Nástenka, que yo arrastre una nube sombría a tu felicidad clara, serena? ¿Que yo, haciéndote reproches amargos, cause pena a tu corazón, lo hiera con remordimientos secretos y le haga latir angustiado en un momento de felicidad? ¿Que yo marchite siquiera una de las delicadas flores que llevabas prendidas a tus rizos oscuros mientras te dirigías con él al altar? ¡Nunca, nunca!