La pregunta me avergonzó. Despacio y con una voz fingida, respondí: “Tengo diecisiete años”; él replicó alegre: “Entonces somos de la misma edad”. Había escondido mi aspecto gracias a la oscuridad de la noche. ¡Pero a los cincuenta y nueve años pretender tener diecisiete! Le había dicho una gran mentira, nada menos que de cuarenta y dos años, mentira que al abandonar este mundo el demonio me reprochará