Siempre contaba la anécdota de una joven estadounidense que estaba de visita y que, al ofrecerle un poco más de zumo de manzana, le contestó: «No, no puedo proporcionar de golpe tanto azúcar a mi sistema. Se descompensaría». Illich lo consideraba una historia diabólica —una persona que se describe a sí misma como un sistema cibernético y que se concibe como una existencia incorpórea, casi como una máquina, y que es víctima de una terminología de un totalitarismo rampante—