El autor nos traslada una historia que ha encontrado, supuestamente, entre los papeles de un anciano párroco ya fallecido y que entronca con una superstición extendida en ciertos lugares de Irlanda, la de que el cadáver que ha recibido sepultura más recientemente, durante la primera etapa de su estancia contrae la obligación de proporcionar agua fresca para calmar la sed abrasadora del purgatorio a los demás inquilinos del camposanto en el que se encuentra.