Y Dios creó a los concheros, y con ellos se hizo la vereda, el escribiente vio que aquello era bueno. Y parieron las líneas que habitaban en el papel inerte, germinaron mensajes que lloraron de alegría, los caminos susurraron al viento el nombre de quiénes formaron parte de estas andanzas, y se hizo la vida absoluta en este libro.
«Aún resuena en mi oído un despertar con hermosos y tenues susurros. Una melodía que se corresponde con la levedad que queremos para con nosotros mismos, leve la tierra, el cansancio.
Un comienzo dulce, al escucharse el «Ave María» de Händel, que surgía de entre las paredes de colores, esas que delimitaban nuestro ser y estar en un albergue. Recuerdo una casa de color rojo que se despedía de todos los espíritus peregrinos, dejábamos un refugio precioso para interiores con mil cargas ya un poco más atenuadas".