no era la eliminación radical de la violencia, sino su auge, su progresivo e imparable aumento, no cabe la menor duda de que el más terrible de los destinos era lo que se estaba construyendo. Eso lo percibió Kornilov, y decidió frenarlo; también lo percibió Kérensky, y no supo frenarlo, sino que frenó al que intentaba hacerlo, al ver en su movimiento (el de Kornilov) una acción contra su poder personal.