Por el jardín sentía Marina una piedad en el estómago, amable, parecida a la cercanía. Una piedad en la que no se podía echar raí ces, pero que, sin embargo, se podía amar. Por la casa sentía el miedo de la defensa, como si los dos –ella y el edificiofueran en rea li dad dos personas que estuvieran sometidas a un mismo tirano irracional al que debían padecer.