ara llevar a Celina. El trayecto duró varias horas. Iban en el auto el papá, la mamá, Carla, Juan y Celina quien, azorada, veía por primera vez el campo.
Por la mañana, antes de salir, Carla le había puesto un vestido rojo con lunares blancos y mientras lo hacía había llorado. La mónita tocaba las lágrimas que escurrían por las mejillas de la niña y meneaba la cabeza, intrigada.
Juan también estaba tristísimo y, con un pretexto tras otro, demoró todo lo que pudo el momento de la partida. Pero no había remedio. Finalmente, habían encontrado adonde llevar a Celina: era un zoológico privado que estaba lejos de la ciudad. Les habían dicho que allí tratarían a Celina mucho mejor que en cualquier otro lugar.
Llegaro