Es motivo de preocupaciones nada trivial también si te acicalas exageradamente y a nadie te muestras con naturalidad, como es la vida de muchos, fingida, dispuesta para ostentarla; pues uno se atormenta con la cotidiana observación de su persona y tiene miedo de que lo sorprendan con otro aspecto del que suele. Y nunca nos libramos de esta inquietud, desde el momento en que pensamos que nos valoran cada vez que nos ven; en efecto, sobrevienen muchas circunstancias que nos desnudan contra nuestra voluntad y, aunque tenga éxito tanto esmero de uno mismo, no es una vida amena o sosegada la de los que siempre viven tras de una máscara. Por el contrario, ¡cuánto placer entraña la sencillez [2] sincera y carente de adornos, que no tapa nada con su conducta! También esta vida, sin embargo, corre el riesgo del menosprecio, si todo a todos está patente; pues hay quienes aborrecen todo cuanto han contemplado bien de cerca. Pero tampoco tiene la virtud peligro de desacreditarse ofreciéndose a las miradas, y es preferible ser menospreciado por tu sencillez que ser atormentado por una perpetua simulación.