“Simplicidad” y “sencillez” son términos a los que con los años fui teniéndoles cada vez más desconfianza, sobre todo cuando se habla de poesía. Y encontrarme ahora con los poemas de Eugenio de Andrade me da la feliz posibilidad de recordar que hay modos de asumir la simplicidad y la sencillez que muy pocos alcanzan, pero, cuando eso ocurre, y a través de los cuales, cuando se alcanzan, se produce algo así como un pequeño milagro. Una disponibilidad para disfrutar pequeños movimientos de la propia sensibilidad y para percibir con algún asombro lo que habitualmente resulta intrascendente, y, a través de todo eso, advertir en uno la vibración de la vida.