Uno de los libros de la casa de verano se titulaba: Sin ayuda. Decía que en cada cabeza sólo cabe un tipo de muerte. Pero yo iba y venía entre la ventana y el río. La muerte me silbaba desde lejos, tenía que tomar carrerilla para acudir junto a ella. Casi lo tenía controlado. Tan sólo una pequeña parte de mí se resistía. Quizás era la bestia de mi corazón.