Había decidido llamarle. La señorita Baker lo había mencionado en la cena, y eso serviría de presentación. Pero no le llamé, porque dio la repentina impresión de que se contentaba con estar solo: extendió los brazos hacia el agua oscura de una manera curiosa y, a pesar de que yo estaba lejos de él, podría jurar que estaba temblando.