La música órfica al igual que el pensamiento filosófico tienen miedo.
La alta mar no les va. Tienen miedo de perderse, de zambullirse, de abandonar el grupo, de morir. De modo parecido el psicoanalista y el analizado, con los brazos y las piernas inmovilizados, uno en su sillón, el otro sobre su lecho de dolor, escuchan, hablan, no saltan fuera del grupo, no saltan fuera del lenguaje. No abandonan el navío.
Tal vez desciendan a la cala pero no saltan al mar.
Butes sube al puente y salta.
Allí donde el pensamiento tiene miedo, la música piensa.
La música que está ahí antes de la música, la música que sabe «perderse» no tiene miedo del dolor.