Elogio de la melancolía

Más allá del orden y del desorden: eso es la melancolía.

Durero debió de sentir con toda razón que al ver La tempestad de Giorgione había hallado algo. Y que al mismo tiempo algo había perdido: la fe en las explicaciones completas.

Saturno, el dios de la melancolí

La melancolía impregna La tempestad.

Y quizá conocía también la novela pastoral Arcadia de Jacopo Sannazaro, que se había publicado poco antes en Nápoles, que circulaba en una edición pirata en Venecia y en la que se hablaba de una «feroz melancolía» (fiera malinconia).

Pero la melancolía es capaz de asociar muchas cosas que en apariencia –aunque no para los melancólicos– no guardan relación alguna.

. La melancolía ofrece una intuición profunda que, sin embargo, al dirigirse a lo desconocido, va asociada a la ignorancia.

He ahí la melancolía. Es al mismo tiempo rebelión y resignación, energía vital ascendente y hundimiento en uno mismo, inspiración y parálisis.

El melancólico se encuentra a su vez en una trampa. Es consciente de vivir entre mitos que le tapan la vista a aquello que está más allá de la enorme bóveda creada por ellos, pero es al mismo tiempo consciente de que, mientras viva, jamás podrá desembarazarse de los mitos.

La renuncia al mito o, mejor dicho, su liquidación era uno de los grandes objetivos de la Ilustración. Paradójicamente, sin embargo, a la vez que despojaba al mundo de la llamada dimensión mítica, lo revestía de un nuevo mito, por la sencilla razón de que el ser humano es incapaz de vivir sin los mitos