Mi vecino pasea a sus perros con el alba.
Uno es negro por dentro y verde por fuera.
Otro es blanco de dientes para arriba;
tiene aires de sicario
guardaespaldas o puercoespín.
Al perro negro no le caigo bien;
al blanco tampoco, pero lo disimula
y guarda sus colmillos en un estuche de oro
si ejercito en voz alta mis quevedos.
El dueño de los perros
aparte de ser el dueño de los perros
desnuda por las noches
a la Dama de los Cabellos Ardientes.
Barba Jacob sería feliz en esta vecindad
de impresores de sueños y músicos de un rato,
ninfas en la niebla,
grafiteros en busca de su cueva de Altamira.
Versitas arrojan el anzuelo
al mero fondo del antiguo lago
por si pica un pez gordo
o anclan en su Titanic de papel
los dioses de la fama.