Desde la antigüedad, tanto las tradiciones religiosas orientales como las occidentales han reconocido que la práctica de soltar –que suele equipararse con la renuncia a las cosas de las que el ego pretende derivar algún beneficio– es el requisito indispensable para trascenderse a uno mismo y alcanzar el despertar espiritual. Los sadhus (ascetas mendicantes) de la India, los sufíes islámicos y los monjes budistas compartían esta práctica, al igual que algunos filósofos griegos de la antigüedad, como Diógenes, y los primeros eremitas cristianos conocidos como padres y madres del Desierto, cuyo estilo de vida y práctica evolucionaron hasta convertirse en la tradición monástica de la Edad Media.
Todos ellos sustentaban la creencia de que, para avanzar en el sendero espiritual, es imprescindible renunciar a los apegos con los que se alimenta el ego mundano: en especial, las posesiones materiales, pero también el hogar, comer en exceso, el bienestar, la sexualidad, las relaciones personales y la totalidad de los placeres sensoriales. La idea subyacente es que estas prácticas privan al ego