Joven es, con fresquísimo rostro y delicadas maneras de adolescente, el novel autor, y muy suyos y como tales por él mismo declarados, los pensamientos que llenan las páginas del libro. Lo que hay es que el autor se cree prematuramente envejecido, y que quienes no le conozcan de vista se lo pueden imaginar en efecto, cuando lean, como sujeto de veras provecto, tanto por las extensas y variadas lecturas que descubre haber hecho, cuanto por lo mucho que ahonda cuando piensa, por la intensidad y diversidad de los sentimientos que revela haber experimentado o imaginado vivamente, por la sutileza que gasta cuando analiza, por lo fácil y correcto de su dicción general, por la segura posesión del estilo que se ha creado, por la destreza con que da forma a lo más abstruso o más sutil, y sobre todo, por el amargo pesimismo de su concepto sobre la vida y sobre los bienes que muchos creemos posible hallar en ella, así como por la faz de escéptico que pone cuando parece que va a dar con una verdad, siquiera sea ésta de las crueles y acerbas que, a fuer de pesimista, parecen atraerle y fascinarle.