Semejante relativismo es, en definitiva, aceptable. (No hay alternativa.) Pero Foucault fue más lejos todavía a la hora de deconstruir la realidad. Así como la «verdad» es un constructo de su discurso, un producto del conocimiento en el cual se aplica, así afloran otros constructos en los sitios más insospechados. Por ejemplo, en el concepto de «autor» de una obra literaria. No hay que identificar este concepto con un individuo sentado en un escritorio que escribe un libro. No, dice Foucault, el autor que produce esta obra es en realidad un producto surgido de la conjunción de una serie de factores, incluyendo el lenguaje, la idea de la literatura existente en ese tiempo y en ese lugar concretos, y una variedad de otros elementos sociales e históricos. Al analizar estos, la noción de «autor» simplemente se desmorona y desaparece: «Él no es en realidad la causa, el origen o el punto de partida del fenómeno de la articulación de una frase escrita o hablada; ni es esa intención significante que, anticipando silenciosamente las palabras, las ordena como el cuerpo visible de su intuición». En verdad, el autor «puede cambiar con cada frase».