En el océano virtual pasamos de isla en isla, somos tentados por «apariciones» y por los designios hechiceros de los algoritmos, que conocen nuestras íntimas preferencias y pueden sumirnos en la fantasmagoría de lo instantáneo, a no ser que entendamos nuestro decurso como una travesía, un itinerario con rumbo cierto, que asocia el pasado con el futuro.