Desconocíase a sí mismo; desconfiaba de su valer; su vida llena de amarguras recónditas no era fortalecida por el estímulo; y no obstante, aunque había perdido la fe de Dios y no la tenía en sus fuerzas, la tenía en el trabajo, y una esperanza hermosa, indestructible, perennemente joven, le mostraba con el brazo extendido, allá lejos, un término adonde debía llegar, impulsado por un espejismo brotado de sí propio.